CUATRO PELIGROS

La vida es, en cierto modo, como una gran carretera por la cual todos transitamos. Algunos aparecen en un vehículo con determinada apariencia, otros con otra pero, parafraseando la Escritura, finalmente todos tenemos las mismas ruedas y la misma necesidad de reponer combustible. Ahora bien, la Escritura, el gran código de circulación para la carretera de la vida, nos muestra una serie de señales son dignas no sólo de conocer sino de tener en cuenta para una conducción positiva. El no respetar esos preceptos, el no hacer caso a esas señales que vamos encontrando en el manual por excelencia que es la Biblia nos llevará a un final seguro de muerte tal como expresa el autor sagrado allá en Proverbios 14:12 al decir: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte”. Muchos hacen caso omiso de esas señales y luego, cuando el radar de la enfermedad o de las consecuencias les pasa su patética nota, se quejan y lamentan y el caso es que, como muchos conductores, enseguida empiezan a buscar otros culpables para no asumir las consecuencias de su pecado. Muchos echan la culpa de sus males a la sociedad; otros echan la responsabilidad de su desgracia al entorno; incluso, tristemente, muchos llamados cristianos, echan la culpa de su falta de madurez cristiana a la iglesia o a los pastores. Lo cierto e innegable es que cada quien es dueño de sí mismo delante de Dios; bien ciertas son las palabras de la Escritura al decir: “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí.” (Romanos 14:12)

Quisiera, pues, en esta serie que comienzo aquí, compartir cuatro grandes peligros que veo que la Biblia presenta y que son un auténtico aviso a los cristianos. En cierto modo podría decir que es algo así como cuatro triángulos rojos, señal usada en el código de la circulación vial, para avisarnos de que hay un peligro extremo y que debemos poner toda la atención al máximo para evitar males mayores. Sorprende, por no decir que da tristeza, ver la necedad de algunos al reír al ver pasar un féretro cuando eso es una señal para que pongamos atención en los verdaderos valores de la vida; olvidan que el próximo entierro que pase por la calle puede ser el suyo. Las canas son otra señal de aviso de peligro para buscar a Dios; bien ciertas son las palabras del sabio Salomón: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento” (Eclesiastés 12:1). Podría sacar muchas señales de peligro en la presente reflexión pero, como digo al comienzo de este párrafo, me centraré básicamente en cuatro que afectan a los cristianos. Quizá la primera reflexión, y no me detendré en ella, es analizar si realmente somos cristianos aunque tengamos el tal nombre; en Juan 1:12-13 encontramos, creo, una de las mejores definiciones de qué es realmente cristiano: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.”

Cuando creemos los cristianos que teniendo al Señor no nos pasa nada y que por eso ya tenemos todo sin problemas, no sólo estamos equivocados  sino que vamos derechos al precipicio. Cuando pensamos que por ser cristianos no tenemos peligros estamos poniendo en entredicho nuestro auténtico cristianismo y estamos evidenciando que una de las “señales de tráfico de peligro” en la vida cristiana es una que dice: “Cuidado”; dicho en palabras inspiradas lo diremos del siguiente modo: “el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1ª Corintios 10:12). Seguramente nos gustaría conducir un día por las carreteras sin tener que respetar señales pero precisamente las señales de aviso de peligro no son prohibición ni obligación sino que están puestas por el bien nuestro. Cuando Dios nos avisa de un peligro no está diciendo: como sigues sin cuidado te das el golpe; cuando haya accidente no te quejes a Dios de si la carretera era mala, o de si tú creíste que tal o cual cosa; cuando tengas el accidente, cuando el pecado deje en ti sus secuelas tú serás el único responsable de tal situación y, lamentablemente, en muchos casos quedan esas huellas en el alma para toda la vida. Conviene, pues, hacer periódicamente una revisión a nuestra alma vaya que en un momento de peligro la cosa se nos vaya de las manos.

El primer peligro que quiero abordar lo encontramos en 1ª Reyes 19:4 donde leemos lo siguiente: “Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres.” Elías acababa de tener un importante triunfo sobre los sacerdotes de Baal; cualquiera de nosotros llamados cristianos estaríamos saltando más que un grupo de adolescentes a la comba; tendríamos más velocidad que una nave espacial y estaríamos, por así decir, flotando de tanta alegría que tendríamos encima. Ahora bien, al poco rato la reina puso precio a la cabeza de Elías y éste, olvidándose de la poderosa mano de Dios que había actuado, toma su iniciativa y huye. Seguramente yo, ya que soy imperfecto, haría lo mismo que Elías: poner tierra de por medio, salir corriendo. No es nada malo tomar precauciones cuando el enemigo nos acecha; me atrevo a decir que no solamente no es malo sino que Dios nos ha dado la razón para ponerla en acción. El peligro que veo es que Elías se paró por el desaliento; es bien gráfico el texto al decir: “vino y se sentó”.  El miedo siempre nos paraliza, nos deja bloqueados y cuando esto ocurre Satanás tiene la victoria sobre nosotros.

No es ningún pecado estar desalentados en un momento determinado; creo que a lo largo de las páginas de la Biblia encontramos en muchas ocasiones a distintos personajes que tuvieron sus momentos de depresión, de desaliento; incluso el mismo Jesús comparte el estado de su alma allí en el huerto de Getsemaní (Mateo 26:38). Ennoblece y es honesto reconocer que estamos en momentos bajos; el peligro es cuando, como a Elías, ese desaliento nos paraliza, nos deja bloqueados. Lamentablemente hay mucho hijo de Satanás suelto por ahí que le gusta atemorizar a los hijos de Dios, pero de eso se encargará Dios. Es una señal de peligro esta muy importante porque el éxito futuro de nuestra madurez, crecimiento y desarrollo para la gloria de Dios. Sentirme abatido, sentirme decaído, no es ningún problema ni pecado; el asunto estriba en que ese decaimiento no me paralice. En la Escritura tenemos muchísimas armas para levantar nuestro ánimo, para seguir adelante y no llegar al extremo de Elías; porque cuando llegamos a ese punto somos capaces de desear cualquier cosa, cualquier barbaridad; cuando llegamos a ese estado de pararnos somos mecidos por cualquier viento.

Es muy interesante cómo se planteó Elías el asunto; los tres primeros versículos de este capítulo 19 de Primera de Reyes nos presentan una película bien clara: “Acab dio a Jezabel la nueva de todo lo que Elías había hecho, y de cómo había matado a espada a todos los profetas. Entonces envió Jezabel a Elías un mensajero, diciendo: Así me hagan los dioses, y aun me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos. Viendo, pues, el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida, y vino a Beerseba, que está en Judá, y dejó allí a su criado.”. Por supuesto que Jezabel era de armas tomar, como decimos en España, pero Dios permitió una Jezabel en la vida de Elías para sacar lo mejor de Elías. Muchas veces nos olvidamos que detrás de la historia general y de la historia particular nuestra individual está Dios; somos más dados a dejarnos apabullar por los acontecimientos que a confiar en el poder de Dios. Cuando nos encontramos ante un problema nos cegamos y actuamos movidos por la emoción más que por la fe. Elías olvidó “cómo había matado a espada a todos los profetas”, es decir, olvidó enseguida el poder de Dios que se había manifestado pocas horas antes. Si, seguro que pensamos que eso le pasó al amigo Elías pero a nosotros no; hasta donde sé, es decir, hasta donde comprendo la Escritura creo que “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras” (Santiago 5:17), es decir, que era tan de carne y hueso como tú, estimado lector, y yo lo somos. Pido a Dios que frente a los problemas que constantemente me asedian mi alma y mi espíritu no olviden que la poderosa mano de Dios me ha dado muchas veces victoria sobre el enemigo como ocurrió con Elías y los sacerdotes de Baal.

 

 

 

Cuando perdemos de vista el poder de Dios sucede lo que le ocurrió a Elías: “se levantó y se fue para salvar su vida”. No se levantó Elías para enfrentar la situación; no se levantó Elías para orar y pedir a Dios que actuase en medio de aquella tremenda adversidad. Es fácil actuar como hizo Elías; es humanamente normal como el profeta de Dios hizo. Ciertas son las palabras que sirven de base a la presente reflexión: “el que piensa estar firme mire que no caiga” (1ª Corintios 10:12). Ante una situación de emergencia como la que vivió Elías, ¿cómo reaccionas tú? ¿Realmente crees que el poder de Dios es suficiente? ¿Realmente creemos que un tiempo de oración es más precioso que mucho tiempo pensando cómo salir huyendo? Quiero hacer mías las palabras del viejo cántico al decir: “Consultar a Jesús ha de ser todo mi afán”. Cuando es nuestro instinto el que nos lleva a responder llegaremos al enebro del desaliento como llegó Elías y eso si que es un gran riesgo. Cuando el fruto del Espíritu Santo no es quien predomina en nuestra vida es obvio que dominará el viejo hombre todavía y que actuaremos como lo que éramos antes de ser hechos hijos de Dios. Y cuando es, en consecuencia, nuestra vieja naturaleza quien actúa llegaremos a un enebro donde desearemos que Dios nos quite de en medio, es decir, llegaremos al enebro del desaliento. Todo, desde luego, un proceso que llevó a uno de los episodios más duros y negros de la vida del profeta Elías.

Una lección que aprendo de este incidente del profeta Elías es que debo pedir a Dios que me enseñe a gozarme en los triunfos y en las victorias, pero a gozarme en Él en esos triunfos y victorias. Porque por nuestra naturaleza es frecuente que lo que nos ocurra, incluso en el ámbito espiritual, es que nos entre una euforia de alto voltaje, por así decir, cuando tenemos un triunfo y, con la misma facilidad, cuando tenemos un contratiempo nos derrumbemos como un castillo de naipes. Quizá los cristianos hemos olvidado que el gozo que tenemos es de Dios, no es nuestro; y porque es de Dios debemos dejar que incluso él mismo temple nuestro carácter en ese aspecto. Es fácil que nos entre, digamos, un ataque de euforia y creamos que nos podemos comer al mundo; una mala noticia, un contratiempo, alguien que no responda en la forma en la que nosotros esperábamos, puede ser la forma que Dios nos pruebe para saber qué hay dentro de nuestro corazón (Deuteronomio 8:2). Creo que un síntoma de madurez cristiana, una evidencia de auténtica dependencia de Dios es dejar que nuestras emociones sean controladas por el poder del Espíritu Santo. Las victorias del pasado nunca son la garantía del triunfo en el presente ni el futuro; y vivir de victorias pasadas es vivir de fotografías efímeras en blanco y negro que el tiempo decolora aún más. Por eso, querido hermano lector, si queremos triunfo y victoria tengamos cuidado con el peligro de la euforia.

Y la euforia descontrolada, como hemos visto, nos lleva al enebro del desaliento. Cuando el autor de Hebreos nos habla de los llamados “héroes de la fe” hace una interesante reflexión, introduce un imprescindible consejo: “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (Hebreos 12:3). Por supuesto que una mala noticia, un contratiempo, un desprecio en la vida, una pérdida, nos puede llevar al enebro del desaliento pero el problema de Elías fue que se sentó debajo del árbol. La lucha espiritual es enorme; con los años voy comprobando que es más atroz, más feroz, más terrible, más enconada cada día. Y si hay alguien que ha sufrido la más terrible de las desgracias ese es nuestro amado Salvador Jesucristo por eso creo que es necesario tomar bien en cuenta el consejo del autor de Hebreos. El desaliento siempre destruye la fe y desmorona la esperanza, nos impide prosperar. Sin lugar a dudas el ejemplo de Cristo es el mejor ejemplo que podemos tomar cuando veamos que en nuestra vida aparece el triángulo rojo que nos dice: peligro que hay desaliento. No estamos obligados a hacerle caso pero tanto el prestarle atención como no tomar en cuenta el aviso tendrá consecuencias: somos responsables de nuestras decisiones. Creo que es bueno recordar nuestro punto de partida: “el que piensa estar firme mire que no caiga” (1ª Corintios 10:12).

 

Y en esa carretera de la vida nos encontramos con un segundo peligro que la Escritura inspirada nos muestra. En Génesis 12:1, 10-13 leemos: “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré… 10 Hubo entonces hambre en la tierra, y descendió Abram a Egipto para morar allá; porque era grande el hambre en la tierra. Y aconteció que cuando estaba para entrar en Egipto, dijo a Sarai su mujer: He aquí, ahora conozco que eres mujer de hermoso aspecto; y cuando te vean los egipcios, dirán: Su mujer es; y me matarán a mí, y a ti te reservarán la vida. Ahora, pues, di que eres mi hermana, para que me vaya bien por causa tuya, y viva mi alma por causa de ti”.  Es muy interesante, como toda la Escritura, el proceso de Abram. Recibió, no sabemos cómo, el llamado de Dios, fue fiel al citado desafío y emprendió un camino guiado por el mismo Dios. Pero precisamente una de las constantes que vemos en la Escritura es que cuando Dios llama, Dios también prueba; el examen para Abram fue el que hemos leído: “hubo hambre”. Mi querido hermano que lees la presente reflexión: no nos dejemos cegar por Satanás y pensemos que luego del llamamiento todo va a ser coser y cantar; no todo va a ser música de violines; nuestra fe, nuestro compromiso va a ser probado; aparte de Jesucristo creo, sin lugar a dudas, que uno de los más probados fue Job y él expresa: “me probará y saldré como el oro” (Job 23:10).

Como digo, es interesante el proceso de Abram: primero es llamado, luego padece prueba y, finalmente, “descendió a Egipto”. No fue solamente a Egipto sino que “descendió”; cuando nos dejamos arrastrar por la prueba simple y llanamente descenderemos a cualquier lado menos ascender a la presencia de Dios. Podemos, como Abram, estar seguros del llamamiento; podemos incluso concebir mentalmente el contratiempo como una prueba de parte de Dios el que haya hambre en la tierra en la que estamos; pero si en esos momentos no buscamos a Dios nuestro corazón “descenderá”. No narra la Escritura que Abram buscase qué propósito tenía Dios para él en medio de aquella prueba sino que se creyó con la autonomía suficiente, con el criterio correcto como levantar las tiendas y descender a Egipto. Cuando tomamos decisiones, por muy cristianas o cristianizadas que aparentemente éstas sean, sin consultar a solas y en calma a Dios siempre terminaremos descendiendo; ejemplos a este respecto creo que hay de sobras en las páginas de la Biblia y animo al lector a que indague e investigue en las mismas. Creo que el peligro que nos presenta aquí la vivencia de Abram es una llamada a la búsqueda de novedades fuera de los cauces de Dios. Como veremos más adelante, ese interés en buscar fuera de Dios le trajo consecuencias para su vida y acarreó problemas y dificultades que se hubiera ahorrado si en la época de hambre Abram busca al que lo llamó de la tierra de Ur.

Cuando nos creemos lo suficientemente maduros como para “volar” sin Dios siempre descenderemos. La relación personal con Dios se mantiene solamente cuando es cultivada, cuando es abonada, cuando es cuidada con esmero y delicadeza; no en vano el autor sagrado nos ordena que cuidemos de “nuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). Abram descuidó en ese momento de apuro su relación con Dios y “descendió a Egipto”. La vida del cristiano es una vida en la cuerda floja sostenida únicamente por la fuerza y sustento del Espíritu de Dios actuando en nuestras vidas; cuando nos salimos de ese parámetro caemos, y hasta el día de hoy siempre he visto que las caídas son hacia abajo. Es bueno que encontremos la vida de estos personajes de la Escritura porque ellos nos muestran tan claramente cómo somos los humanos en nuestra relación con Dios que conocer sus vidas ha de ser una señal para nosotros, una guía para no caer en los mismos errores y pecados que ellos cayeron. El aludido versículo 10 es bien claro: “descendió Abram a Egipto para morar allá”. Cuando caemos es para “empadronarnos” en el pecado. No fue a Egipto Abram sólo a buscar comida; no fue sólo para hacer una indagación y ver cómo estaba el territorio sino para “morar allá”. Pronto olvidó el llamado de Dios; un llamado que decía: “te llevaré a un lugar que te mostraré”. Así somos nosotros, fácilmente podemos olvidar ese llamado cuando no alimentamos nuestra relación diaria con el Señor.

 

Creo, en mi imperfección, que muchas veces nos motiva más a actuar un aprieto económico, una enfermedad, una situación familiar antes que el llamado y visión de Dios. No digo, por favor, ni por asomo que no debamos actuar cuando tenemos un apuro económico, o cuando hay un cuadro familiar que hay que resolver, o en otro tipo de extremas circunstancias sino que eso ha de ser tamizado todo por el colador de la presencia de Dios. Hemos de tener bien clara nuestra escala de valores: fe, razón, emociones; siempre en este orden; si alteramos la escalera de valores entonces seremos unos desagradecidos con Dios y, encima, tendremos un desequilibrio enorme en nuestro testimonio; porque cuando se altera ese orden nos ocurre lo mismo que le pasó a Abram: ponemos nuestra morada en cualquier sitio; y cualquier sitio fuera de los territorios de Dios es ponerlo en Egipto, es decir, hacemos comunión con el mundo, con las cosas que no son precisamente de Dios. En el terreno espiritual no hay territorios neutrales: o estamos en los caminos de Dios o estamos en los caminos de Satanás. Blanco o negro. No podemos estar empadronados en el pecado y disfrutar de las bendiciones y el llamamiento de Dios. Es una señal de peligro: ¿cuáles son mis genuinos intereses? ¿tienen que ver con los intereses de Dios? ¿qué me quita el sueño más: el reino de Dios y su justicia o las pruebas que Dios permite en mi vida?.

Muchas veces achacamos a nuestra naturaleza lo que nos ocurre; culpamos a Satanás de cosas que son mera y únicamente responsabilidad nuestra. Creo que la vida es siempre una gran asignatura con constantes exámenes; he comprobado que cada vez que voy superando ciertas dificultades Dios va poniendo delante de mí otras más grandes; ahora bien, jamás las pone si antes yo no supero con aprobado el anterior examen; a veces pueden pasar años con la misma asignatura y uno sigue anclado en el mismo curso. Recuerdo cuando en 1983 saqué mi carné de conducir que tuve un compañero que se examinó diecisiete veces de la teoría; sabía conducir de maravilla, casi mejor que los monitores que nos instruían, pero no superaba la teoría; hasta que no lo consiguió no pudo pasar al siguiente examen. Abram no podía superar otras pruebas en su vida, en su caminar con Dios, si antes no salía victorioso de esta situación. Seguro que cuando nos desencaminamos de Dios es incluso por algún argumento contundente como le ocurrió a Abram; seguro que hay razones que explican por qué hemos ido a Egipto; pero hay algo que es innegable: nuestra responsabilidad. Si ante un examen, por muy razonado que sea, no salimos aprobados, Dios no se va a alegrar de nuestra conducta, y, como a Abram, nos sucederá que iremos de mal en peor. Tengamos mucho cuidado a la hora de mirar los ponderables que nos llevan a tomar una decisión porque pueden ser muy lógicos, humanos y aparentemente honestos pero si no son de parte de Dios el fin será fatal.

¿Qué sucedió cuando Abram se empadronó en Egipto? El resto del relato bíblico es suficientemente nítido: “Y aconteció que cuando estaba para entrar en Egipto, dijo a Sarai su mujer: di que eres mi hermana, para que me vaya bien por causa tuya, y viva mi alma por causa de ti” (Génesis 12:11,13). Cuando no resolvemos nuestro primer pecado no hay que hacer mucho esfuerzo para que el segundo llegue y se forme, como veremos más adelante, luego un alud que somos incapaces de detener. Creo que la oración del salmista es bien contundente y ejemplarizante: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.” (Salmo 19:12) Cuando no contamos a Dios nuestra vida somos capaces de cometer cuando error, caer en cualquier pecado. Hace algún tiempo me vi en una situación curiosa: estaba orando al Señor y me di cuenta que había algo que no podía contarle ni consultarle; esa llamada a la conciencia la usó, obviamente, Dios ón del salmista es bien contundente y ejemplarizante: "er.  mucho esfuerzo par que el segundo llegue y se forme, como veremos mrpara que no pecase ni errase yo en mi camino. Cuando no consultamos a Dios nuestros pasos cualquier pecado es posible; no es peor Abram que cualquiera de nosotros, o al menos que este cristiano imperfecto que escribe. Jamás una causa por muy noble que sea justifica un pecado; pensar que hay un solo argumento que haga honesta una mentira es pensar en algo tan ilógico como pensar que un niño es capaz de pasar alrededor de un charco. Mi querido y respetado amigo lector, creo que hoy más que nunca necesitamos consultar al Señor qué hacemos; si somos incapaces de consultárselo es porque algo anda mal y es momento de parar.

 

Me gustó mucho una frase que leí del fabulista y poeta francés del siglo XVII Jean de la Fontaine que dijo: “La vergüenza de confesar el primer error hace cometer muchos otros”. Abram fue incapaz de reconocer su primer error, no quiso ver su suspenso y se creyó que podía pasar de curso. En la sociedad actual que vivimos, la mejor que nos podía tocar porque Dios es quien da y quien quita la vida así que es la mejor que nos podía tocar, la mentira está no sólo justificada sino aceptada; recuerdo cómo hace algún tiempo alguien me preguntó por cierto tema del que carecía yo de la suficiente información en ese momento y me dijo esa persona: dame una respuesta aunque sea una mentira. Abram seguro que nos diría, como tantas veces oímos: “tuve que mentir, tenía que salvar mi pellejo”. El problema está en que aceptamos como válido el planteamiento “tuve que” o “tengo que” o “no me queda otro remedio que mentir”. Mientras no encontremos lo contrario en la Escritura hemos de proclamar, predicar y vivir que la mentira siempre es pecado; es bien cierto que el pecado engendra pecado. La sociedad acepta la mentira como algo normal pero Dios lo ve no sólo como algo horrible sino evidencia de inmadurez. Mientras la mentira tenga hueco no sólo en nuestras vidas sino en nuestro corazón no podremos madurar más conforme al propósito de Dios.

Aparentemente la mentira salió bien a Abram. Como solemos decir en España, el Faraón tragó bien la trola que Abram planteó; el argumento sostenido por Sarai y por él funcionó a las mil maravillas. Cuidado, por favor, cuidado con creernos que porque una cosa sale bien está bendecida por Dios. Que algo salga bien no significa, ni por asomo, que esté teniendo el beneplácito de Dios. ¡Cuántas veces nuestros padres no aprobaban algo que habíamos hecho aunque hubiera salido como esperábamos!. Es muy interesante lo que leemos en los versículos 15-16: “fue llevada la mujer a casa de Faraón. E hizo bien a Abram por causa de ella; y él tuvo ovejas, vacas, asnos, siervos, criadas, asnas y camellos”. Seguro que firmaríamos ahora si cuando decimos algo que no es correcto, si por una mentira que digamos nos sale un negocio tan redondo. Repito, mucho cuidado con creer que porque una vez ha salido bien ya eso tiene el beneplácito y la bendición divina; muchas veces esa es la gran trampa de Satanás para enredarnos y hacernos caer. Podríamos recordar el caso de Sansón: al principio lo incorrecto le fue saliendo bien, pero llegó el momento en que se encontró en un punto sin retorno. La historia se repite y la sentencia divina sigue siendo verdad: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12). Que la misericordia de Dios funcione no significa que Dios sea tonto.

Pero, como enseña la Escritura, el pecado engendra pecado. Creo que una de las vergüenzas del pecado en un cristiano no es tanto que desprecia el trato de favor, las bendiciones, de Dios sino que es obstáculo para la propagación del evangelio; es decir, que una de las más amargas consecuencias es que por una acción de un hijo de Dios alguien no quiera saber nada del mensaje de verdad; es muy elocuente lo que leemos seguidamente: “17 Pero el Señor hirió a Faraón y a su casa con grandes plagas, por causa de Sarai mujer de Abram. Entonces Faraón llamó a Abram, y le dijo: ¿Qué es esto que has hecho conmigo? ¿Por qué no me declaraste que era tu mujer? ¿Por qué dijiste: Es mi hermana, poniéndome en ocasión de tomarla para mí por mujer? Ahora, pues, he aquí tu mujer; tómala, y vete. Entonces Faraón dio orden a su gente acerca de Abram; y le acompañaron, y a su mujer, con todo lo que tenía” (Génesis 12:17-20). No quiero imaginarme la cara de Abram al oír semejante reprimenda de parte del Faraón; desearía, seguramente, que la tierra lo engullese. Creo que la mayor vergüenza que puede pasar un cristiano es la de que alguien no cristiano tenga que darle lecciones de honestidad y cristianismo porque haya evidenciado de todo menos a Cristo. Cuando mis hechos empañan la claridad del evangelio es porque he tocado fondo. Cuando mis hechos evidencian que no amo a Dios sobre todas las cosas es que la maquinaria se ha oxidado. Cuando mi testimonio calla hablan las piedras, como dijo Jesús. Y cuando hablan las piedras mi compromiso y llamamiento están enterrado bajo la losa de la soberbia y de la autosuficiencia.

 

El problema de Abram no fue que se olvidara de Dios; el problema de Abram no fue quisiera hacer lo que creyese más conveniente; creo que el problema de Abram fue el de tantos hijos de Dios: buscar novedades fuera de los propósitos de Dios. Me asombra, desde mi imperfección, la facilidad que hay cada día, y que va a más cada jornada, de presentar “novedades espirituales”; por respeto no citaré ninguna pero seguro que el ávido lector conocerá perfectamente a qué me refiero. Creo que cualquier búsqueda de cosas, aunque tengan aparente tinte espiritual, fuera de lo que es la Escritura es meternos en el camino de la insensatez; y el camino de la insensatez es justo el opuesto al camino de la sabiduría que es el camino de Dios. Dios pone señales en nuestra vida para que frenemos a tiempo. Creo que no podemos olvidar lo que dice la Escritura: “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4:4). Podemos hacernos amigos del mundo sencillamente desencaminándonos de los preceptos divinos; recordemos que es celoso nuestro Dios (Éxodo 20:5). Provocar a celos a Dios es jugar con fuego y siempre terminaremos quemándonos. Creo, francamente, que es una señal de aviso el ejemplo de Abram para nuestro diario vivir.

Y quiero seguir avanzando; como indiqué al comienzo de esta reflexión quiero pensar en cuatro peligros de los que la Biblia nos avisa. El tercero es uno que encontramos en Mateo 26:33-35; dice así el relato bíblico: “Pedro, le dijo: Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. Jesús le dijo: De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro le dijo: Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo”. Seguramente este es uno de esos pasajes bien conocidos, aunque sea de oídas, por parte de muchas personas incluso no cristianas. ¡Con qué facilidad hacemos promesas cuando estamos emocionados! El momento en que se produce este incidente es un importante en la vida del Maestro de Nazareth; por un lado se acaba de instituir lo que conocemos como Santa Cena o Mesa del Señor; Judas acaba de salir luego de anunciar Jesús la traición de éste y el corazón de Jesús, permítaseme la expresión, palpita a toda velocidad. Seguramente cualquiera de nosotros haría una promesa como la que hizo Pedro; el pasaje es bien interesante y hay un matiz que no podemos pasar por alto: “todos los discípulos dijeron lo mismo”. Si, no carguemos las tintas contra el impetuoso Pedro, que no digo que no tenga su responsabilidad; todo el resto del grupo, muy valientes ellos, se unieron al sentir de Pedro. ¡Cómo nos dejamos seducir por la sinergia de grupo! ¡Cómo actuamos por emociones!

Creo que el peligro que nos muestra este conocido ejemplo de Pedro y el resto de los discípulos es el peligro de confiar en nosotros mismos. Cuando Jonathan confía en Jonathan quien triunfa es Jonathan y el poder de Dios queda a un lado; obviamente ese triunfo es un triunfo de fracaso porque lo único seguro que tengo cuando confío en mí mismo y no en Dios es puro fracaso; quizá el ejemplo de Jonás el profeta pueda ser bien ilustrativo; sabía del poder de Dios pero quiso confiar en si mismo; el resultado lo sabemos: menuda travesía les hizo pasar a los demás y tremenda experiencia tuvo que hasta llegó a orar desde uno de los sitios más inhóspitos que creo se haya orado jamás. Cuando Jonás confió en sus posibilidades él compró un hermoso pasaje al fracaso. Cuando Jonathan confía en Jonathan éste compra un hermoso pasaje al fracaso. Querido amigo lector, creo que la experiencia de Pedro y el resto de los discípulos es toda una señal triangular de aviso de cuidado, mucho cuidado con confiar en nosotros mismos. Es bien curioso que los libros que más se venden son los libros de autoconfianza, de autoestima; creo, evidentemente, que hemos de tener autoconfianza y autoestima pero siempre bajo los parámetros y controles de Dios. La autoconfianza y la autoestima equilibrada es evidencia de crecimiento y de madurez. Ahora bien, cuando sale el SP (Súper Pedro) de turno nos encontramos con que el “triunfo” por así llamarlo es llorar amargamente (Mateo 26:75).

 

 

 

Creo que precisamente una de las evidencias de vivir en los caminos de Dios, tal como apuntábamos también en el caso anterior de Abram, es que cada día que pasa dependemos más de Dios. Me llama la atención en el caso de Pedro cómo sucedió todo; no llevaban tres semanas con Jesús sino que llevaban unos tres años; no habían visto ni una vez ni dos ni tres cómo lo que Jesús decía era cierto, sin embargo SP (Súper Pedro) y los SD (Súper Discípulos) todos corean que nadie les gana a ponerse en el lugar de Jesús; habían visto todos múltiples pruebas del amor de Jesús por ellos pero todos ellos, sin excepción, creen que ellos tienen más amor que el Amor en persona. ¡Cuántas veces somos como Pedro y el resto de discípulos! ¡Cuántas veces queremos ser más cristianos que Cristo! ¡Cuántas veces confiamos más en nosotros mismos que en el Autor de la fe! Vivir tiempo en los caminos de Dios debe llevarnos única y exclusivamente a depender más de Dios cada día y depender menos de nosotros mismos; elocuentes son las palabras de Juan el Bautista: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). Mientras no se produzca este proceso nuestras vidas no serán jamás maduras ni serán de bendición plena para los demás.

Y es muy interesante, como en los otros casos que comparto, ver todo el proceso de autoconfianza o autoestima mal entendida a lo que llevó a Pedro; creo que visionar el recorrido que hizo puede ser toda una señal de alerta para nosotros. Prestemos atención a lo que narra el evangelista Lucas en el capítulo 22 versículos 54-55: “Y prendiéndole a Jesús, le llevaron, y le condujeron a casa del sumo sacerdote. Y Pedro le seguía de lejos. Y habiendo ellos encendido fuego en medio del patio, se sentaron alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos”. Ahí está SP (Súper Pedro); si, señor, todo valiente; bueno, valientemente acobardado ya; Lucas, finamente, dice: “Pedro le seguía de lejos” Los emocionalismos nos llevan a ver las cosas al poco rato desde lejos; vivir de emocionalismos, vivir para emociones, vivir por emociones es vivir de modo infantil, inmaduro y enfermizo. Aquel que pocas horas antes dice que él va donde sea, que a él nadie se le pone de frente, resulta que comienza a evidenciar lo inestable de su promesa siguiendo a Jesús de lejos. Obviamente cuando seguimos a Jesús de lejos terminaremos negándole.  La fe está reñida con el emocionalismo barato; por supuesto que Dios nos ha dado la capacidad de las emociones pero siempre sabiéndolas someter al poder de Dios. Eva comió del fruto prohibido por la emoción de la curiosidad.

Y claro está, cuando uno sigue a Jesús de lejos pierde el calor de su presencia y nos ocurre como le ocurrió a Pedro, iba a decir Jonathan Pedro porque me veo reflejado en mi imperfección tantas veces en él. Cuando vamos lejos del calor de la presencia de Cristo sucede lo que señala el texto: “Y habiendo ellos encendido fuego en medio del patio, se sentaron alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos” (Lucas 22:55); al alejarnos, al ir de lejos en el camino con Cristo, nos calentamos en cualquier tipo de fuego, aunque sea en un patio de injusticia. No sé dónde estaba el resto del grupo pero sé que en la comunión de los hijos de Dios está el calor del Espíritu Santo. Seguro que hacía frío pero qué triste resulta que las circunstancias de nuestro alrededor influyan en nuestra relación con Dios. Es lamentable la razón que esgrimen algunos para dejar de asistir a la iglesia arguyendo que se encuentran desganados, o desanimados o cosas por el estilo. Pedro estaba tristón, seguro; se encontraba aturdido por todo el cuadro que comenzaba a presenciar; tendría razones como tú y yo, querido lector, tenemos cientos de veces; pero esas razones le llevaron a seguir a Jesús de lejos y a calentarse con el primer fuego que encontró. Cuando nuestra relación con Dios depende de nuestros sentimientos o emociones nos calentaremos con cualquier fuego, aunque sea tóxico. Cuando nuestro compromiso con Dios se basa en nuestras emociones nos enfriaremos rápidamente del fuego de su Espíritu y nos calentaremos aunque sea en el patio de la mediocridad de la existencia humana.

 

 

 

Y quiero concluir este apartado dedicado a este tercer peligro de la confianza en uno mismo recordando las palabras dichas por Jesús unos días antes de este incidente; son palabras que recoge el evangelista Lucas en el capítulo 22 y versículo 31: “Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo”. Es muy interesante comprobar que el evangelista no dice Jesús sino el Señor, y que el Maestro llama a Pedro por su nombre de antes de conocerle, Simón. Dios permite las pruebas en nuestra vida para que las superemos, como indicaba más arriba; quiere inestabilidad en nuestras vidas y una trampa muy sutil es la de la autosuficiencia. Cuidado mi querido hermano lector, cuidado con esta señal; cuando la veamos en el horizonte de nuestra carretera aminoremos la marcha, busquemos a Dios de corazón para que su poder se manifieste en abundancia en nosotros, para que el viejo hombre muera de una forma total,  y aunque a veces da coletazos como sobreviviente, su poder es anulado por el nuevo hombre que vive en nosotros. La empresa no es fácil; la sociedad va estar en contra de nuestra óptica de vida pero tenemos al poder de Dios actuando en nosotros. Recordemos que “es poderoso para hacer las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20).

Pero no quisiera terminar esta reflexión sobre peligros sin considerar uno que la sociedad no sólo no admite como peligro sino que lo considera lo más normal del mundo; en cierto modo lo considera de forma que si uno no lo busca es que es raro. Confieso, obviamente desde mi imperfección, mi perplejidad cómo considera la sociedad a este peligro como una finalidad cuando la Biblia considera que es un peligro y que trae serias consecuencias; me refiero al ocio. Ya sé que no está en la Biblia pero me parece acertado el viejo refrán castellano que dice: “al hombre parado le tienta el pecado”. MI perplejidad estriba en que se ha acuñado hoy el término y el concepto de “cultura del ocio”. En reiteradas ocasiones la Biblia habla del peligro del ocio y por eso muestro mi perplejidad al hecho de que hoy en día la sociedad considere, asuma y pregone el ocio como algo sano. Por supuesto que creo que el descanso es necesario, e incluso imprescindible pues necesitamos reponer fuerzas; pero otra cosa es tener el ocio como máxima aspiración en la vida. Quisiera ver, pues, una nueva señal de peligro que hoy en día se pasa muy por alto y que, lamentablemente, también muchos cristianos la ignoran y así nos va como colectivo, como pueblo de Dios. Conviene revisar nuestro grado de compromiso con las cosas de Dios, nuestro grado de compromiso con los que se pierden sin Cristo, nuestro grado de compromiso en el crecimiento vaya que tengamos una muy buena cultura del ocio asumida como finalidad en vez de ser Cristo nuestra auténtica finalidad.

En el libro segundo de Samuel leemos en los primeros cuatro versículos del capítulo once lo siguiente: “Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén. Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa”. Este es un pasaje que enseña muchas lecciones; algunas las apuntaré dentro de esta gran señal de peligro. David tenía, y no entraré en detalles, el llamado de Dios; llevaba tiempo ejerciendo de rey de Israel; había visto en muchas ocasiones la poderosa manos de Dios actuando; sabía de la grandeza de Dios; había escrito ya un buen número de salmos; pero como no tengamos una sana costumbre de tener intimidad diaria con Dios, como no abonemos con suma frecuencia nuestra relación con Él nos sucederá que la comodidad, la falta de compromiso, nos impedirá salir a la guerra; y el cristiano vive en una constante lucha, no podemos olvidarlo; cuando no asumimos diariamente nuestra lucha el pecado se enseñorea de nosotros y terminamos, como David, cayendo en el pozo del pecado y, lo que es más triste, ofendiendo a Dios.

 

Comenzó la caída con algo tan, digamos, sencillo y aparentemente nada malo que era quedarse en casa. Creo que esa es una señal de alerta bien grande y bien roja esta. Me sorprende muchas veces el simplista planteamiento que se hacen muchos: ¿qué tiene eso de malo? Francamente, desde mi imperfección, veo que en la Biblia nos encontramos con que el asunto debe tener otro planteamiento: “¿Esto que hago glorifica a Dios?”; el texto bíblico es bien nítido: “hacedlo todo para la gloria de Dios” (1ª Corintios 10:31). El planteamiento es radicalmente distinto: no es que si tiene algo de malo lo que hago o dejo de hacer, sino si con eso yo glorifico a Dios, es decir, que es un sacrificio de gratitud y alabanza por mi parte tal o cual acción. ¿Honraba a Dios la actitud de quedarse David en palacio mientras los demás se mataban en el campo de batalla? ¿Era un acto de gratitud a Dios quedarse echado en cama mientras el pueblo para el que había sido ungido como rey pasaba los rigores de la guerra? ¿Demostraba David con su acción amor al pueblo? Cuando perdemos de vista el horizonte de hacer todo para la gloria de Dios no sólo caeremos en planteamientos, repito, simplistas sino que llegaremos a actitudes que son el camino para el pecado, son el abono para que nuestras vidas pequen. ¿Esa amistad que he comenzado hace poco glorifica a Dios? ¿Ese hobby que tengo realmente me honra como hijo de Dios? El apóstol Pablo sus razones tendría al avisarnos: “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica” (1ª Corintios 10:23) ¿Soy  yo mejor que Pablo?

Aparentemente el rey hizo todo bien; incluso como que aparentemente no estaba de más quedarse en el palacio; veamos lo que el texto nos dice: “David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá”. Visto así podríamos decir que David era un hombre maduro que sabía delegar en otros; creo, francamente, que saber delegar en otros es algo que honra a quien sabe hacerlo. Ahora bien, el saber delegar en otros nunca, ni por asomo, nos exime de seguir siendo responsables. Delegar en otros no es la forma de quitarnos de en medio el problema. Escaquearnos de nuestras responsabilidades jamás es síntoma de madurez sino evidencia de decaimiento, exteriorización de vacío interior. El texto dice: “David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén”. Cuando lo leemos al completo descubrimos algo sorprendente y que debe hacernos saltar la sirena de nuestras alarmas: “pero”. No dice que David hiciese mal el delegar, el enviar a Joab, a sus siervos y a todo Israel; no dice que la derrota a los amonitas fuese algo malo; no nos dice, tampoco, que el sitio a Rabá fuese algo negativo; no, no dice nada de todo esto; lo que nos dice es que el problema estuvo en David en quedarse en Jerusalén en el palacio. Como compartía más arriba, no se trata de pensar “¿qué tiene eso de malo?” sino, parafraseando el texto: ¿qué “peros” puede tener para mi vida tal o cual acción? La madurez no viene dada por los años sino por el grado, por el índice, de cuánto hacemos para la gloria de Dios.

¿Por qué era peligroso quedarse en Jerusalén mientras los demás estaban en la guerra? En primer lugar porque no se identificaba con el pueblo. Al quedarse en casa, al no moverse del palacio, estaba desligándose de sus responsabilidades como ciudadano de Israel y se estaba olvidando que él, aunque era rey, era uno más del pueblo. Jamás se puede ser un líder eficaz y eficiente si no luchamos codo a codo con los que no son líderes, si queremos ver las batallas desde nuestro “carguito” de mando; claro está que diremos que estamos orando, que estamos con carga en el corazón; no digo que no sea cierto pero de lo que no hay duda es de que el verdadero líder, el auténtico siervo del pueblo de Dios, no deja que otros se maten mientras él queda, cobardemente, en su poltronita de turno “espiritualmente” sentado. Quizá se está perdiendo el horizonte, se está olvidando, que estamos en una continua guerra espiritual y que las batallas de los demás hermanos de la congregación también son las nuestras; se burocratiza tanto todo que hemos dejado el fuego del primer amor cambiándolo por el aire acondicionado de la comodidad. Luego nos quejamos si los demás hacen esto o lo otro pero, ¿dónde ha quedado nuestra identificación con los necesitados, con los que sufren, con los que claman?


En segundo lugar era peligroso porque, como consecuencia de esa dejación de funciones, el rey podía caer en el pecado de la crítica, de la murmuración. Es facilísimo, me atrevo a decir, inmensamente facilísimo (permítaseme la incorrección gramatical) quedarnos en casa, ir como meros espectadores a la iglesia, y criticar lo que hacen los demás cuando nosotros no nos mojamos, cuando nosotros vivimos como meros espectadores. Si todo sale bien “¡qué buenos somos!” pero si sale mal sacamos enseguida la metralleta de disparar murmuración, de disparar juicios y los ejecutamos con nuestras conversaciones, les destruimos. Recuerdo hace unos años que, estando yo en un restaurante cenando, en televisión retransmitían un partido de fútbol de la selección española; en un momento determinado ésta marcó un gol; un comensal que estaba en otra mesa recuerdo cómo se levantó con un trozo de carne en su tenedor y gritó: “vaya gol hemos marcado”; al rato hubo no sé que jugada y el mismo comensal comenzó a “hablar en arameo” contra los jugadores: ¡él no estaba en el campo de fútbol! Y creo, sinceramente, que eso es lo que le ocurre a muchos cristianos: como en la iglesia las cosas no vayan como ellos esperan disparan con su lengua un lenguaje que no es precisamente del cielo aunque sea delicado y fino, pero lleva amargura. Renunciar a nuestras responsabilidades es, pues, abrir el paso para la murmuración.

David, como se dice en España, quiso mirar los toros desde la barrera. Confieso, y disculpe el lector mi reiteración, mi asombro al pensar cómo aquel hombre que tanta bendición había visto de Dios ahora renuncia a su responsabilidad pero, sobre todo, a su privilegio de luchar como rey junto a su pueblo. Muchas veces nos ocurre igual a nosotros los cristianos: preferimos quedar en Jerusalén (sitio espiritual allá donde los haya) antes que ir al campo de batalla y tener la victoria sobre el enemigo. Sólo los que están constantemente en el campo de batalla tienen la dicha de la victoria que muchas veces es reconocida por los demás con la indiferencia o el desprecio. Sólo los que son fieles al llamado de Dios descansan pero nunca están ociosos. Sólo los fieles al llamado de Dios anteponen entrega, servicio y compromiso a sus intereses personales. Sólo los fieles al llamado de Dios saben delegar pero nunca renuncian a ocupar su sitio, responsabilidad y visión en medio de la batalla. Sólo los fieles al llamado de Dios recuerdan y practican que “para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia” no como una teoría o máxima sino como su visión de vida. Si, es muy cómodo ver los toros desde la barrera pero jamás eso glorifica a Dios, jamás eso nos aleja del pecado; al revés, esa cómoda situación nos llevará a pecados mayores como veremos que ocurrió en la vida del rey David.

La búsqueda de la comodidad personal, el rechazo al compromiso con Dios, aparta nuestro corazón y pensamiento de la Obra de Cristo. Cuando perdemos el horizonte de la realidad espiritual a la que hemos nacido en Cristo nos olvidamos que sin renuncia no hay posibilidad de servicio; bien expresivas son las palabras del Maestro de Nazareth al decir: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26); no dejamos de ser hijos de Dios pero nos perdemos la bendición del discipulado cuando no somos honestos con nuestro compromiso delante de Dios. Uno de los ejemplos que Jesús nos dejó en su ministerio en esta tierra fue precisamente que no buscó su comodidad sino que vivió intensamente el compromiso lo cual no significa que no pasase momentos de cansancio, tiempos de necesidad de estar a solas. Renunciar es un mensaje que la sociedad toma como arcaico, como trasnochado; renunciar es un mensaje que Cristo nos enseña que es de bendición. Y cuando uno no hace caso de las señales de peligro luego se puede encontrar serios problemas, uno puede tener luego graves consecuencias de su falta de atención, de su falta de cuidado, como las tuvo David. Creo, mi estimado hermano lector, que es tiempo para pedir a Dios nos enseñe a no sólo ver esas señales sino a tenerlas en cuenta, a exponer delante del Padre Celestial nuestra situación y dejarnos guiar por Él. Estoy seguro que David no puso en oración este asunto y así le pasó lo que le pasó.

 

 

Ese acto tan aparentemente inofensivo de no ir a la guerra; ese acto aparentemente tan bueno de delegar en los demás (falsamente como hemos visto) ¿tuvo consecuencias?; si leemos el relato con calma veremos que si que las tuvo. Cuando entramos en una espiral de alejamiento de Dios, aunque sea con cosas aparentemente inofensivas, el volver luego a los caminos de Dios no es cosa sencilla. El ejemplo de Sansón es muy claro de igual forma; lo de derribar aquel edificio con tanta gente dentro y llegar a su fin fue el triste final de una serie de cosas que no quiso corregir a tiempo; Dalila, en cierto modo, fue otra muesca más en su desatino. Salomón, también, años más tarde comenzaría con cositas de poca importancia, por así decir, y terminó malamente. Moisés también tuvo sus serios problemas de fe, y por una cosa aparentemente sin importancia no llegó a pisar la tierra prometida. El joven rico, aparentemente, por una decisión honesta renunció a la eternidad. ¡Cuántas bendiciones descubriremos un día que nos hemos perdido porque un día tomamos una decisión sin consultar al Señor! ¡Cuántas tierras prometidas nos habremos perdido por no ser fieles al llamado de Dios y querer las cosas seguras antes que vivir por fe! Mi reflexión, y oración, antes de seguir es que el Señor me guíe y dé luz y claridad; hago mías las palabras del salmista: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23-24).

Seguimos leyendo nuestro texto del segundo libro de Samuel, capítulo once: “David se quedó en Jerusalén. Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho” (vv. 1-2). Claro, al no tener ocupación, al tener a todo el aparato del Estado en pie de guerra, al tener a toda la población prácticamente en armas pues al rey le sobraba tiempo. ¿Y qué hizo con ese tiempo “libre” que le quedaba? Ay, David, no tuvo mejor ocurrencia que echarse a dormir. ¿Es pecado dormir? Por supuesto que no; lo que si es pecado es la holgazanería. Es muy gráfico el texto: “al caer la tarde se levantó David de su lecho”; desde luego, David se puso “a madrugar a las seis de la tarde”. En vez de rectificar su actitud de falta de compromiso David fue dejándose seducir por la sutil tentación del ocio. Cuando no paramos a la primera señal de peligro tengamos la seguridad que el siguiente peligro nos envolverá sin apenas darnos cuenta. Cuando uno no está ocupado en las cosas de Dios la tentación del ocio nos seduce y nos impide “madrugar antes de las seis de la tarde”. Cuando uno no está ocupado en las cosas de Dios la modorra del pecado nos lleva a estar echados en cama como perfectos holgazanes. ¿Habrá algo más sublime que trabajar para el Señor aunque sea en cosas que nadie ve? Hace algún tiempo alguien me confesaba que llevaba tiempo sin ir a la iglesia y que cada vez le costaba más: la historia sigue repitiéndose.

Y nuestro texto segundo del capítulo once del segundo libro de Samuel dice: “ Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real”. David, en este punto, había ya entrado en una vorágine de la cual era difícil salir. Cuando se está sin hacer nada, cuando no se emplea correctamente el tiempo, todos hacemos como David: “se paseaba sobre el terrado de la casa real”. Cuando estamos ociosos andamos sin rumbo, deambulamos erráticamente por la vida. Un caso bien curioso en la Biblia es el del criado del profeta Eliseo; este hombre en cuestión, Gieizi, tenía su mente y corazón ocupados en cosas que no eran precisamente de Dios y engaña al sirio Naamán; corre como un desesperado con un buen botín y cuando se presenta delante del profeta, al ser cuestionado por éste, dice: “tu siervo no ha ido a ninguna parte”. Muchas personas se presentarán un día delante de Dios así; pero lo que me temo es que muchos cristianos también dirán: “estuvimos en tu Camino pero no fuimos a ninguna parte”. El siervo ocioso deambula por la iglesia, deambula en el cristianismo pero no llega a sitio alguno. El siervo ocioso suda mucho para sacar beneficio propio pero en su honestidad tiene que reconocer, como Giezi, que no ha ido a ningún sitio. Hay muchos cristianos que el único camino que conocen es el de su casa a la iglesia pero no conocen el camino de crecimiento, entrega y madurez en Cristo. Quiera Dios que ninguno de los hermanos lectores esté paseando en la vida cristiana sino que todo estén caminando a las alturas de la comunión con el Señor: “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto” (Salmo 25:14).

Pero David no se puso en ese momento a recapacitar; David no consideró su error ni pecado sino que ya que el tren estaba en marcha siguió en el vagón del desenfreno. Cuando pasamos por alto un primer fallo, un segundo error, el tercero y los siguientes vienen ya como viejos conocidos de la familia. Es bien cierta la frase que anteriormente compartí de Fontaine: “La vergüenza de confesar el primer error hace cometer muchos otros”. David fue incapaz de confesar delante de Dios sus errores y ya estaba la máquina a toda velocidad; los acontecimientos van sucediendo en cascada; seguimos leyendo la Escritura y encontramos lo siguiente: “Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa” (2 Samuel 11:2). Cuando estamos vagando por la vida nuestra vista verá cosas que no edifican y, si cabe, lo que aún es más triste: emplearemos nuestro tiempo en ver la “hermosura” del pecado. Cuando nuestra vista no está en la hermosura sublime de Cristo pondremos nuestra atención en la hermosura pasajera de la vida. Es muy curiosa la fotografía que nos presenta el relato bíblico; David estaba ocioso y se percató de que una mujer estaba bañándose; en vez de girar su vista pues no, seguro que puso a mirar con atención cómo era su fisonomía, su figura. Cuando tu tiempo no lo empleas para la gloria de Dios entonces Satanás te dará una buena oferta.

Por supuesto que la actitud de Betsabé no era precisamente la más decorosa, pero David era responsable de sus actos. No podemos evitar que haya suciedad en las calles que otros ponen pero si que podemos evitar ensuciarnos con ella cuando caminamos. La pregunta que tantas veces se hacen las personas vuelve a resurgir: ¿y qué tenía de malo que Betsabé se bañase? ¿acaso no podía hacer lo que quisiera en su casa? Con su actitud ella provocaba a cualquiera que pudiese verlo: ¿es acaso positivo provocar al pecado? No quiero quitar responsabilidad a los malhechores pero muchas fechorías se cometen porque sus “víctimas” van con grandes carteles que dicen: “hazme daño”. David tenía una debilidad tremenda por las mujeres; Satanás sabe qué debilidades tenemos cada uno y pondrá a alguna “Betsabé” en medio de nuestras vidas para hacernos caer; caeremos siempre que hayamos hecho caso omiso de esas señales de peligro que Dios va poniendo en nuestro camino. Como David tenía tiempo para mirar cualquier lado miró al pecado, lo más natural en un ser humano. Cuando con nuestra actitud provocamos a otros a pecar somos tan culpables como quien, aparentemente, es el pecador. ¿Por qué David se fijó en Betsabé? Porque “vio desde” su ocio; cuando vemos fuera de Cristo solamente encontramos pecado: el pecado siempre engendra pecado y se junta con el pecado.

Es muy curioso en estas pocas palabras (“vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa”) todo el proceso cómo fue: 1º) mirada vaga; 2º) aunque ella no fuera pudorosa él no fue precisamente un “angelito”: vio que se estaba bañando; 3º) le hizo una fotografía: “vio que era muy hermosa”. ¿En qué empleamos nuestra vista? ¿Si hoy nos quedásemos ciegos habríamos aprovechado positivamente nuestra vista? ¿Qué quedaría grabado en nuestra retina? ¿En qué se nos va la vista? Muchas veces la vista se nos va a cosas honestas pero, ¿realmente nos enriquecen? Tal vez no haya una Betsabé hermosa bañándose pero los ojos se nos van detrás de los escaparates con unas ofertas bien hermosas. Tal vez los ojos se nos van detrás de una afición que es toda nuestra pasión. Hoy en día a muchos jóvenes la vista se les va en un famoso juego electrónico y en los mensajitos al teléfono móvil. Todos tenemos alguna debilidad; de jovencito tenía yo la debilidad de los pasteles y mis ojos tenían como un imán hacia todo lo que fuese dulce; un día tuve que pedir al Señor me enseñase a gobernar mi vista en eso. ¡Cuántas pequeñas cosas, anecdóticas cosas, pueden hacernos perder el sentido de nuestra vida en Cristo! Hace algún tiempo cierta persona preguntó al pastor de su iglesia si era pecado ir por la calle y ver una revista de mujeres desnudas en una tienda; el pastor le dijo que cambiase de acera; la persona en cuestión volvió a preguntar: “¿y si voy por la otra acera y me encuentro con otra revista?”; el pastor creo que le dijo; cámbiese usted de ojos. Sea Dios quien gobierne nuestra vida y nuestra vista incluso; esto es un serio peligro.

 

Ah, pero David no terminó ahí; como decía anteriormente, cuando no hacemos caso a una señal de peligro pues las otras casi ni las vemos. Sigue diciendo el texto: “y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo” (2 Samuel 11:2-3). Si, si, ya David va a toda velocidad: no sólo se pone a mirar lo indebido sino que involucra a otras personas, se mete en otra empresa mayor. Esto es como aquella persona que se siente atraída por algo en un escaparate, sabe que no debe ni siquiera pararse, pero sin embargo incluso entra en la tienda y termina comprándolo. Cuando se pierde la visión de la persona de Cristo nos sucede como a David: jugamos con el pecado; hay un refrán español que viene muy bien al caso: “quien se acuesta con niños amanece mojado”; esto fue lo que le sucedió a David. ¡Con qué facilidad apartamos a Dios de nuestros asuntos! ¡Con qué facilidad apartamos nuestra vista de las cosas de Dios y nos interesamos en lo que sea, aunque sea pecado! Quizá algún lector pueda decir que como cristiano nunca ha apartado su vista de Cristo; me alegro, pero ¿todo lo que vemos lo sometemos al criterio de Dios? A veces comenzamos a interesarnos como hizo David con Betsabé; los resultados se ven al poco tiempo. Hay muchos cristianos que todo su interés radica en enterarse de cosas nuevas sin antes buscar la voluntad de Dios. ¡Así les va!.

Y cuando jugamos con el pecado ¿qué sucede? Pues que terminamos haciendo compromisos con el pecado; sigue diciendo el narrador bíblico: “Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David mensajeros, y la tomó” (2 Samuel 11:3-4). Hace algún tiempo paseaba, mientras esperaba por mi esposa, por determinado lugar; la verdad que paseaba, caminaba, sin rumbo pues el objetivo era esperar por ella; por distraerme me fijé en un escaparate; algo de lo allí expuesto me llamó la atención; el siguiente paso fue entrar a la tienda y decirle al vendedor que quería información sin compromiso; ya sabemos lo que pasa: salí de la tienda habiendo empleado un dinero en algo que, aunque ciertamente necesitaba, tal vez podía haber esperado. Gracias a Dios lo mío no fue del calibre de lo de David pero hay un gran paralelismo. Cuando no tenemos qué hacer somos capaces de comprometernos con el mundo en una excelente oferta que luego traerá tristeza, y en muchos casos graves consecuencias también, a nuestra vida. Si, mi hermano lector, tenemos que tener muchísimo cuidado con nuestras decisiones; David no se quedó en verla bañarse a lo lejos sino que quiso tener información sobre la mujer, quiso tenerla. Recuerdo una publicidad que decía hace unos años “Usted necesita tener este producto”. ¡Qué miserable es el pecado!.

Y claro, el relato concluye con lo que es lógico que pasase: “Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella” (2 Samuel 11:4). Cuando hemos jugueteado con el pecado participamos del pecado, es decir, tocamos fondo. Puede que pareciese que era muy machote por llegar a semejante cosa; estoy seguro que Dios no lo vio así. Puede que los demás nos aplaudan por nuestras hazañas pecaminosas pero Dios siente profunda tristeza cuando un hijo suyo llega a esas miserias. Puede que los demás nos digan: “tú si que triunfas en la vida”, pero estoy seguro que Dios nos dirá: “estoy dolorido contigo”. Cuando “dormimos” con el pecado Dios nunca puede estar feliz. Esta acción trajo luego consecuencias letales para la vida de David, incluso para el mismo Israel. Todo comenzó por un “sencillo” quedar en casa en el momento de la responsabilidad. Todo comenzó por algo que “no tenía nada de malo”. Todo comenzó por desobedecer a Dios. La gestación no es una cosa instantánea y así tiene luego resultados que, en algunos casos, pueden quedarnos tatuados para el resto de la vida.

Y termino esta reflexión. Vivimos en un mundo lleno de peligros; de todos ellos quiere sacarnos Dios, quiere salvarnos; es nuestra responsabilidad el dejarnos guiar por Él; es nuestra responsabilidad vivir atentos. Hagamos nuestras las palabras citadas del salmo 139:23-24  “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”. Amén.

Jonathan Bernad
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